Salí de la Ofi, le di play al
spotify y cuando Maroon Five tiró los primeros acordes de su “Moves Like Jagger”
empecé a esquivar empleados y turistas hasta llegar al subte.
Pisé el andén y al mismo tiempo llegó
el tren a la estación. Subí y para mi sorpresa, vi un asiento disponible en ese
vagón que estaba repleto de personas.
Como una ilusa, apuré el paso y me
senté en él y muy pronto entendí el porqué de la disponibilidad. Enfrente mío y
desparramado en el asiento estaba un linyera. El olor rancio que emanaba sin moverse
siquiera, cortaba el aire y aun sin saber nadar, debo haber batido el record mundial
de contención de la respiración.
El pobre tipo era en realidad
bastante joven, pero la extrema situación en la que se encontraba había dejado una
inclemente huella en su cara y le había curtido el cuerpo de forma irreparable.
Debo admitir que el muchacho me
daba mucha pena, pero en todo momento evité mirarlo, aunque no pude evadir su
voz. El tipo cantaba una canción indescifrable.
Dos estaciones antes de bajar, una señora que se había acomodado próxima a la puerta, se acercó a él y le regaló un
paquete de gomitas, no de las que tienen figuras de oso y esas cosas, sino de
las Mogul, cuyo paquete es como un tubo largo que simula la forma de un
caramelo gigante.
El pibe lo agarró y colmado de
ilusión, le regaló una enorme sonrisa sin dientes. Luego dirigió su mirada
hacia mí y extendiendo su mano me convidó su preciado tesoro.
En ese momento la angustia y el
desconcierto comenzaban a alzar mi temperatura corporal a niveles todavía
soportables. Rechacé cordialmente su invitación, pero el linyera insistió
varias veces y con cada insistencia aumentaba medio grado mi mercurio
imaginario.
Por fin desistió y yo solo quería
bajarme del subte. Tenía una horrible sensación de repulsión por el terrible
olor que emanaba, pero además sentía unas tremendas ganas de abrazarlo por ese
hermoso gesto de no tener reparo alguno en compartir su regalo conmigo.
Se dispuso a abrir el paquete y
sus torpes manos no se lo permitieron, entonces sin dudarlo se lo metió a la
boca para forzar su apertura. El problema es que no tenía un solo diente y su
empresa también fue en vano. Yo no podía dejar de mirarlo pero no podía hacer
nada más que esperar la luz al final del túnel y ver aparecer mi estación de
una vez por todas.
Finalmente se dio por vencido y como
un nene que reclama de la gran sabiduría de un mayor para abrir elementos
complicados tales como caramelos, volvió a extender su mano y me hizo señas para
indicarme que se lo abra.
Mi estado físico explotó en un
sudor violento que no pude disimular y en ese momento se me llenó el culo a
preguntas, cuando me di cuenta que el vagón entero había volteado para verme
rechazar su petición. Mi cerebro se debatía
entre los más variados actos heroicos de extrema solidaridad y un repaso
absoluto de todas las enfermedades vigentes pero también de las que habían
existido en épocas feudales.
Finalmente decidí que lo único
que podía salvarme era hacer un acting de que se me hacía tarde y debía bajarme,
pero un tic compulsivo y totalmente involuntario me hizo tomar el paquete. Una
sonrisa espeluznante dibujó mi cara cuando noté que el mismo estaba bañado de
una humedad espesa, que no era otra cosa que la saliva pegajosa del linyera. El
mundo tal como lo había conocido fue derrumbándose ante el Ohhh…!!! que los espectadores lanzaron al unísono. Con la punta de los dedos trate de abrir el
paquete lo más rápido posible, pero la cosa estaba muy resbaladiza, en ese
momento rogué por encontrar un subte pass tirado en el piso del tren y si
hubiese habido un pañuelo de papel quizás también lo hubiese agarrado, pero
nada ni nadie salió en mi ayuda.
Finalmente el film del paquete
cedió y se abrió abruptamente dejando los mogul esparcidos por el piso del tren.
El linyera se tiró al suelo y empezó a comérselos uno a uno desesperadamente. La
estación apareció ante mis ojos y yo salí disparada con la mano inmóvil
buscando un lugar para restregarla y aliviar mi ataque de pánico ante una inminente
y futura infección. Mi temperatura bajó drásticamente cuando subí a la superficie,
pero una picazón me retorcía la piel de la mano así que no tuve más remedio que
enchastrarme la otra mano para solucionar el problema. Ahora tenía mis dos
manos inmóviles.
Comencé a correr y entré como una
tromba a la facultad, metí las manos debajo del chorro de agua de una canilla
que solo en esa ocasión me había parecido un lujo y recién después de unos 10
minutos pude sacarla de allí. Me acomodé un poco y me fui a la clase.
Las horas sucesivas fueron cruciales
para mí. Dolorosamente entendí que todo había sido una fulera puesta a prueba. Entonces
tuve más que claro que no era ni tan solidaria como pensaba, ni tan sensible
como esperaba.
La Maga
es como que a Mirtha la toque un peronista...
ResponderBorrarjajaja! pero yo no lo odié.
ResponderBorrartriste
ResponderBorrarEs lo que pensé. Se agradece.
Borrarpeor es la indiferencia colectiva tan de moda desde que el hombre ganó diez centavos más que su projimo
ResponderBorrarEs cierto, aunque la señora que le dió los mogul no fue indiferente y después paso lo que pasó.
Borrarche...cuando el chabon te ofreció los mogul, la primera vez....¿no habrá querido que se los abras? además de convidarte digo....
ResponderBorrarjuro que no, la carita decía: "querés?" y al segundo NO, se quedó mosca hasta que se dió cuenta que no lo podía abrir.
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