¿Qué nos pasa con eso que ya no sentimos? ¿A qué papelera de reciclaje fue a parar?¿ Se puede volver a descargar de algún lado? La mirada ácida de La Maga nos saca de la comodidad y nos trae al gran juego de la realidad cotidiana.
Este cuento fue publicado en la queridisima Historia sin fin 
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Si la tele en la habitación de las parejas “concubinadas”, los matrimonios jóvenes, se ha convertido (en mucho de los casos) en instrumento para evitar la confrontación o interrumpir el diálogo, otorgando un punto de fuga en la intimidad de dichas parejas, podemos indicar -y esto será objeto de estudios científicos-, que el celular (smarphone) es el encargado de aminorar las consecuencias “físicas”, mejor dicho, las marcas que dejan las secuelas por falta de sexo, al que son sometidos por culpa de la caja boba.
Conocidos son los efectos negativos que el aparatito ultraligero trae consigo, prometiendo paradójicamente alivianar la vida de quienes viven en el reboleo constante del ritmo imparable de la gran ciudad.
Las relaciones cara a cara se limitan cada vez más. La gente actúa con mayor reserva ante las personas reales y se exponen sin reparos al interior de cualquier pantalla de cristal líquido. Entonces, se vuelven imperceptibles aquellos gestos que dan cuenta de la personalidad, de la situación actual de aquel que tienen enfrente.
Pero ojo… no estoy aquí por la crítica de la tecnología, sino por la añoranza de una búsqueda personal. Es por culpa de ellos, los celulares, que mi mañana se ha tornado aburrida, deslucida. Ha muerto mi gracia matutina, porque se ha bloqueado mi incisivo sensor facial que estudiaba esas caras recién levantadas.
Que hacer en el subte cuando todos miran una pantalla poniendo cara de nada?. Donde se han ido las mandíbulas apretadas, los ceños fruncidos, las miradas odiosas… de querusa, que me regalaban las “malco” en mi agotador viaje al microcentro porteño?.
El brillo contenido en pequeñas pulgadas refleja en todas ellas una cara ligeramente fresca, como renacidas luego de una pequeña muerte, como si las noches fueran perfectamente orgásmicas.
Entonces vuelvo a lo mio, miro mi pantalla, activo mi cámara delantera, ponga cara de selfie y espero que en el mar de los megapixeles nadie sospeche que soy igual a ellas, una malco más.
las-malo-ya-no-existen