Este cuento forma parte de la querídisima Historia sin fin
https://escribeconnosotros.wordpress.com/2016/12/12/el-arbol-de-la-maga/
Cuando llegamos al lugar el corazón me dio un pinchazo, sutil pero
completamente perceptible. Tuve que respirar hondo y cerrar los ojos para
calmar la ansiedad.
A veces creo que la gente exagera cuando dice que tenés que
perseguir tu sueño y hacer lo que te apasiona, los pinchazos no nos dejarían en
paz.
Cristian me miró y sonrió, supe que mi cara de asombro habría
derivado en una mueca divertida. Siempre me había encantado ese paisaje, esa
casa y… Ahhhh ese árbol! Ahora era tan alto que la copa había asomado por
detrás de lo que había sido la habitación de doña Clara.
Bajamos del auto y aunque la temperatura había descendido más de lo esperado, sentí un calor abrumador que auxilió a una gota de sudor, que ahora comenzaba a deslizarse por mi espalda.
Bajamos del auto y aunque la temperatura había descendido más de lo esperado, sentí un calor abrumador que auxilió a una gota de sudor, que ahora comenzaba a deslizarse por mi espalda.
Cristian tocó la puerta y yo no entendía nada. Como llegamos hasta
allí? Cómo encontró la casa?
La había soñado miles de veces desde que empecé con las fotos.
Acaso habría balbuceado dormida? La habría descrito delirando
alguna vez, mientras él secaba mi afiebrada frente? Le habría confesado lo que
en sueños acabábamos de hacer bajo ese árbol, alguna madrugada?.
La realidad era una dimensión en la que no podía pensar ahora,
solo respiraba entrecortado y palpaba una y otra vez el bolso, cada segundo,
para cerciorarme de tener la cámara a mi lado.
Un hombre pequeño salió de la casa, le dió la mano y le entregó las
llaves, luego le palpó el hombro, se colocó el sombrero, y subiendo a la
camioneta se fue. Luego todo fue silencio.
Cristian me dijo: -“es nuestra, hasta mañana, es toda nuestra”.
Corrí a besarlo y enseguida lo arrastré a la casa, la puerta de la
cocina estaba abierta y desde el centro de la sala, una luz brillante nos
encaminó hacia el patio. Ahí estaba el árbol, amarillo, enorme. Embriagado de
belleza iba vomitando cientos de hojas amarillas que aumentaban el valor
fantástico y apasionado de un colchón tan amarillo como el de los sueños.
Cristian se acercó a mí y dijo: – sacale todas las fotos que
quieras, yo me encargo de lo demás.
Lo abracé fuerte, lo retuve, lo besé, el suelo y las hojas
ayudaron, tropezamos y de repente allí estábamos, desnudos, fascinados,
aturdidos, enredados, desbordados sobre la naturaleza.
No sé que hice con esas fotos. Ya no sueño con él árbol… a veces
solo cierro los ojos.
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