26 dic 2016

El Árbol

Este cuento forma parte de la querídisima Historia sin fin
https://escribeconnosotros.wordpress.com/2016/12/12/el-arbol-de-la-maga/

Cuando llegamos al lugar el corazón me dio un pinchazo, sutil pero completamente perceptible. Tuve que respirar hondo y cerrar los ojos para calmar la ansiedad.
A veces creo que la gente exagera cuando dice que tenés que perseguir tu sueño y hacer lo que te apasiona, los pinchazos no nos dejarían en paz.
Cristian me miró y sonrió, supe que mi cara de asombro habría derivado en una mueca divertida. Siempre me había encantado ese paisaje, esa casa y… Ahhhh ese árbol! Ahora era tan alto que la copa había asomado por detrás de lo que había sido la habitación de doña Clara.
Bajamos del auto y aunque la temperatura había descendido más de lo esperado, sentí un calor abrumador que auxilió a una gota de sudor, que ahora comenzaba a deslizarse por mi espalda.
Cristian tocó la puerta y yo no entendía nada. Como llegamos hasta allí? Cómo encontró la casa?
La había soñado miles de veces desde que empecé con las fotos.
Acaso habría balbuceado dormida? La habría descrito delirando alguna vez, mientras él secaba mi afiebrada frente? Le habría confesado lo que en sueños acabábamos de hacer bajo ese árbol, alguna madrugada?.
La realidad era una dimensión en la que no podía pensar ahora, solo respiraba entrecortado y palpaba una y otra vez el bolso, cada segundo, para cerciorarme de tener la cámara a mi lado.
Un hombre pequeño salió de la casa, le dió la mano y le entregó las llaves, luego le palpó el hombro, se colocó el sombrero, y subiendo a la camioneta se fue. Luego todo fue silencio.
Cristian me dijo: -“es nuestra, hasta mañana, es toda nuestra”.
Corrí a besarlo y enseguida lo arrastré a la casa, la puerta de la cocina estaba abierta y desde el centro de la sala, una luz brillante nos encaminó hacia el patio. Ahí estaba el árbol, amarillo, enorme. Embriagado de belleza iba vomitando cientos de hojas amarillas que aumentaban el valor fantástico y apasionado de un colchón tan amarillo como el de los sueños.
Cristian se acercó a mí y dijo: – sacale todas las fotos que quieras, yo me encargo de lo demás.
Lo abracé fuerte, lo retuve, lo besé, el suelo y las hojas ayudaron, tropezamos y de repente allí estábamos, desnudos, fascinados, aturdidos, enredados, desbordados sobre la naturaleza.
No sé que hice con esas fotos. Ya no sueño con él árbol… a veces solo cierro los ojos.



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