Después de la muerte de su abuela se puso en evidencia, entre
otras cosas (repudiables, rapiñables y todos los “ables” de difícil
asimilación, que la esfera familiar presenta en materia de repartijas y negociaciones
luego de la partida de un ser querido), un fantástico mundo que la viejita
había creado en uno de los rincones más emblemáticos de la casa: el mundo
mágico de su cocina.
Todos recordaban las panzadas en la casa de la abuela los
domingos, la dedicación y el esmero que Tita le ponía a sus comidas, inyectando
en ellas cantidades deslumbrantes de felicidad instantánea. Todo el mundo
recordaba también que una vez puesto el delantal jamás debían ofrecerle ayuda, ya
que Tita lo tomaba como un ataque hacia su persona, hiriendo profundamente su
orgullo de saberse la mejor cocinera del mundo. De modo que nadie sabía ¿cómo es
que hacía lo que hacía en esa cocina?, ¿cómo le daba forma a esas porciones de
amor comestible?.
El hijo mayor se apersonó en primera instancia, desvalijó la
casa y sólo las cosas que escaparon a su angurria descarada, estuvieron
disponibles segundos más tardes, para que el hijo menor, con la ayuda de su
nieta, que siempre habían cuidado de ella, fueran embaladas para poder por fin
dejar libre la enorme casona.
Lograr que una casa esté ordenada es un problema de difícil
solución en la vida de cualquier persona, ya sea que viva sola o acompañada. Si
encima le sumamos una pila de cosas que ahora daban vueltas por todos lados, la
escena deviene en desastre. Por fin, una vecina de la abuela ofreció
alquilar un cuarto que tenía disponible en su casa a cambio de unas chirolas y
allí se fue el quilombo.
La vida siguió con su ritmo habitual. El tiempo pasó y
entonces alguien llamó por teléfono y le informó a Julieta, su nieta, que debía ir a
buscar y liberar el lugar donde habían ido a parar todas las cosas que su
abuela le había “heredado”. Otra vez, mientras iba en rescate de su botín, el fantasma
de los bártulos preocupaba a Julieta, quien vivía sola en un pequeño departamentito
de la capital. Horas más tardes, todo fue apuntado en una lista mental y luego ubicado
físicamente en lugares tan pequeños como inimaginables. Salvo esa pesada caja
donde hacía tiempo descansaban los utensilios de cocina.
Nadie prestó demasiada atención a su contenido, ni Julieta
ni su padre, cuando abrieron la caja… miraban y solo veían piezas plateadas, de plástico
o madera, muy complicadas de catalogar, las cuales solo hacían ruido y además pesaban
como la puta madre. Pero muy pronto los lugares se acabaron y los bártulos se
amontonaron. Julieta respiró profundo, volvió a abrir la caja y empezó a sacar
todo lo que había adentro.
- No te la puedo creer! un pica nueces!… listo, vos te
quedas conmigo! Dijo Julieta y se sintió entusiasmada pensando en las próximas
fiestas.
- A ver que más tenía la abuela?. Hurgó un poco más mientras
se preguntaba cómo era posible que su abuela haya podido usar todas esas
herramientas?. Y sintió una pizca de melancolía al pensar en ¿cómo fue que el
arte de cocinar había sido desterrado para siempre de nuestra cotidianidad? Cómo es posible que un sabor tan exquisito logrado luego de amasar,
batir, saltear, mechar, hornear y transpirar por horas y horas haya sido
reducido, procesado, condensado y transformado en un polvito que las grandes
empresas comenzaron a meter en nuestras cocinas, arrebatando ese tiempo de comunión a
las familias, que ahora solo debía ser usado para trabajar.
Revolvió y revolvió y decidió que se quedaría con casi todo,
cuya funcionalidad pudo descifrar, salvo el palo de amasar y el gran palo
raviolero que jamás usaría. Lo demás lo pondría a la venta, quizás todavía
existiera alguien que usara aquellas cosas y sino terminaría por regalarlo.
Le sacó unas lindas fotos , los publicó en la página más
popular de ventas online y al instante se olvidó de ellos.
Una mañana se levantó y un mensaje le decía que había
vendido el palo raviolero junto al palo de amasar y pensó que no todo estaba
perdido. Pero pasaron dos días y nadie los reclamó. Así que investigó un poco y
pudo ver que la compradora era oriunda de la ciudad de Córdoba, entonces
entendió que la habilidad culinaria es inversamente proporcional a la habilidad
tecnológica y decidió enviarle un mail a la supuesta compradora.
La misma le respondió diciendo que estaba esperando el envío
de los palotes. Julieta le explicó lo difícil que era coordinar una entrega
viviendo tan lejos y que lamentablemente no podía hacérselos llegar. En ese
instante la cordobesa abandonó su lugar de espera pasiva y comenzó a reclamarlos
de forma enérgica. La insultó en cuatro colores y le increpó a que deje su
posición bairescéntrica diciendo que Argentina
se extendía más allá de los límites de la capital federal, que los palos eran
preciosos, que le habían encantado y que los necesitaba de manera urgente, ya
ya ya! de modo que hiciera lo que fuera necesario para que ella los recibiera
lo antes posible en su casa.
Julieta no podía comprender lo ridículo del reclamo y de la
situación en la que ahora se encontraba, pero al cabo de un acalorado
intercambio de mails comprendió que la mujer tenía la profunda necesidad de convertirse
en una cocinera ejemplar. El ojo de la cordobesa se había posado sobre esos
palos y algo le indicaba que en ellos se ocultaban un recorrido exitoso de
comidas felices y ya era muy complicado negociar con ella.
La cosa subió de tono y la página de ventas tuvo que
interceder para que la mujer calmara sus ansias de poseer los palos de la
abuela Tita.
La cuestión por fin se resolvió cuando la loca de los
palotes supo que Julieta no cedería ante su locura y por fin desistió de ellos
permitiendo a Julieta devolverle el dinero. Sin embargo, la situación dejó a
Julieta con una rara sensación. Primero sintió culpa de haberlos casi entregado
a una persona tan violenta, pero luego se convenció de lo bien que había
defendió el honor de los mismos, logrando que la misma desistiera de ellos.
Tomó aire, hinchó su pecho y se fue directo a buscar la
caja, pero una incipiente desesperación comenzó a apretarle el pecho. Los palos
no estaban en ningún lado. Dio vuelta la caja desparramando los cacharros por
todo el departamento y los palos no estaban allí. Julieta no lo podía creer,
dio vueltas y vueltas revisando todo el living una y mil veces y se dio por
vencida.
Fue a la cocina a prepararse una gran taza de café y cuando
tomó de la repisa el frasco de café, sus ojos se encontraron con los
desaparecidos palos, que allí estaban, escondidos… expectantes y mas hermosos
que nunca.
Como llegaron allí aquellos palos es un hecho que todavía
despierta mucha incertidumbre. Sin embargo Julieta estuvo segura de que ella
jamás los había llevado a la cocina.
No hace falta decir que nunca se atrevió a usarlos, pero lo
cierto es que cada vez que recibía visitas y debía lucirse con alguna buena preparación
despejaba mesada, buscaba los palos y los colocaba allí. Los observaba con cariño y
en ellos encontraba una gran motivación, que luego se transformaba en hermosas sonrisas
con dientes llenos de orégano y panzas contentas con cinturones desabrochados.
La cocina es un mundo, un mundo que alguien te regala.
muy buena diapositiva de la mezquindad y de lo que sucede en la cocina Maga querida!!!
ResponderBorrarmuy buen relato.
Que grande Panza! Gracias por pasar!
Borrar"El hijo mayor se apersonó en primera instancia, desbalijó la casa " desvalijó, con V corta, Maga.
ResponderBorrar"Otra vez, mientras iba en rescate de su motín"...creo que es botín, lo que se afana es un botín, motin es un quilombo carcelario...
Borrá este comentario después Maga.
un abrazo
jajajaja! Ya lo cambio. Me causo mucha gracia lo del Motín!
BorrarTenes una calidez muy linda para contar relatos Maga. Pero todas las fotos que subas deberían ser tuyas!
ResponderBorrarGracias nenito! tengo que sacar muchas fotos! Me acompañas?
ResponderBorrarMe encantò tu relato.
ResponderBorrarDe casualidad lo leì justamente hoy, que es el dìa de los abuelos
;)
Felicitaciones!
Ahhh Muchas gracias Clara y gracias por la data, no sabía lo del día de los abuelos.
BorrarAbrazos!